2 de mayo de 1808
Capital de la rebeldía
Fue una «guerra imprevista y sin plan». Así refiere Galdós aquella mañana de lunes. Los historiadores no están del todo convencidos. Algunos suponen que quizá el estallido no fue tan inesperado. Pudo obedecer a los designios de Murat, o bien a los de algún oficial español disgustado con la pasividad del Gobierno. Pero si la espontaneidad del detonante no está clara, la sinceridad de la respuesta es contundente. Como reguero de pólvora, la insurrección corre de la plaza de Oriente a la calle Mayor, de Sol al paseo del Prado, ramificada en mil esquinas y bocacalles a golpe de cargas, carreras y sablazos. Y «si un momento antes la mitad de los madrileños eran simplemente curiosos, después […] todos fueron actores». El protagonismo, en todo caso, es de las clases populares, naciente actor político de la Era Contemporánea. Y sobre todo, de las mujeres, Manuela Malasaña a la cabeza. Para Napoleón, supuesto intérprete del curso de la Historia, todo aquello es sólo «la canalla de Madrid». Es esa «canalla» variopinta y valiente, nuestro particular tercer estado, la que tiene el coraje necesario para derrotarle llamándole «granuja» desde la barricada. Madrid nace como capital vibrante y popular, tan real como la oficial, ese 2 de mayo de 1808.
En esta ciudad la tragedia suele ir de la mano de la generosidad. Y de la indignación. Por eso los ocupantes cometen en los días previos el error que menos perdonan los madrileños: la altivez. Y les pagan, a su vez, con un irreductible orgullo que saca de sus casillas al corso. Cuando éste llega triunfante por Somosierra y se instala en Chamartín, piensa que las masas saldrán a su encuentro si no con afecto al menos con curiosidad. Al fin y al cabo, es el dueño de Europa. Nadie sale de su casa. El genio de Austerlitz no perdona esa «desdeñosa indiferencia». Pero así es esta ciudad tenaz. Cuanto más la golpean menos se doblega.
Ese orgullo de acero está lleno de ternura y solidaridad. Porque nace de una nueva conciencia política: la de la soberanía popular. Gracias a Madrid pronto se puede decir que «toda España es pueblo». Esa «toda España» hecha de ciudadanos libres e iguales, cuya pluralidad ya estaba representada entre los rebeldes y que al día siguiente deja víctimas asturianas, gallegas, leonesas, de Aranjuez, Miraflores o Navalcarnero… Mucho antes de Machado, ya somos rompeolas de todas las Españas. Además, la repercusión nacional es inmediata. Madrid se hace así capital que identifica y adelanta los sentimientos y la voluntad de todo el país, no por imperativo jurídico, sino por sintonía profunda y sincera. Nunca España dejó sola a Madrid, ni tampoco Madrid a España. Nunca dejó Madrid de convocar y responder.
Luego hemos tenido nuestros otros 2 de mayo, el último ocurrido en 11 de marzo. Pero hay también otros 2 de mayo más secretos y particulares que a diario nos invitan a levantarnos. El día que dejemos de sublevarnos contra la injusticia o la indiferencia, frente al sufrimiento y la desidia, el día que sucumbamos a la tiranía de la costumbre —y no lo veo fácil—, no seremos Madrid. Entretanto, seguiremos siendo capital de la rebeldía.
ALBERTO RUIZ-GALLARDÓN es alcalde de Madrid.
Vía EL MUNDO
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